Una agricultura sin tóxicos es posible: El caso de Julián Pérez, Comunidad las Mesas, La Libertad.

REDES

Un grupo de periodistas de prestigiosos medios de comunicación del país, aceptó la invitación abierta desde la Mesa por la Soberanía Alimentaria para participar en una gira por la parcela agroecológica de don Julián Pérez. Nueve manzanas de tierra fértil fue el escenario donde las y los periodistas lograron confirmar que una agricultura sin tóxicos es posible, obteniendo buenos resultados en cantidad y calidad.

En un sistema democrático, los medios de comunicación son llamados a mostrar todas las aristas de los debates públicos. A propósito de la discusión pública abierta en torno al uso de agrotóxicos y su prohibición definitiva, la Mesa por la Soberanía Alimentaria facilitó la gira por la parcela diversificada donde no existen conceptos como “plagas” o “pestes”, más bien, los micro organismos son considerados parte de los ecosistemas, donde el agricultor o agricultora aprende a convivir con ellos, lejos de aniquilarlos; manteniendo así la salud y fertilidad de la tierra.

“Aquí ya está mi vida, porque ya tenemos mucha comida”, afirmaba con satisfacción don Julián Pérez, mientras mostraba a los y las comunicadoras la extensión de la tierra cubierta por una milpa donde además de 7 variedades de maíz criollo, se acompaña de ayotes, pipianes, yuca, camote, tomate, frijol, y otras variedades.

El “Frijol Canavalia” fue presentado por Don Julián como un tesoro en su parcela, pues según el, “alimenta el suelo y da unos centavitos”, pues hay que pagar 72 dólares por un quintal de esta especie, que funciona como fungicida, además que entretiene los insectos que buscan esta especie para alimentarse.

Don Julián es un campesino con 19 años de experiencia en la agricultura, de los cuales, los últimos 9 han sido con técnicas de agricultura orgánica. La renuncia a los productos agrotóxicos tiene que ver con la conciencia que Don Julián ha desarrollado a partir de comprobar que los químicos matan toda la materia que le dan vida a la tierra. “Cuando me di cuenta del daño que le hacemos a la tierra cuando usamos los tóxicos, mejor decidí afilar bien las cumas”.

“La parcela ha venido evolucionando al no utilizar los agrotóxicos, se nota que las lombrices y otros micro organismos que descomponen el suelo le dan nutrientes a la tierra y son buenos foliares, con los químicos se mata todo, y la tierra se maltrata; después ya no se puede sembrar nada”.

El abono orgánico: “Más barato y más bueno”.

Existen algunas variedades de abono orgánico que se pueden elaborar con insumos que se encuentran en las mismas comunidades. El Compost, o composta; está hecho a base de desechos orgánicos que resultan de la descomposición de los mismos; el bochashi es un abono fermentado compuesto por ingredientes como la melaza, la ceniza, la gallinaza o el estiércol bovino, entre otros.

Don Julián ha descubierto un nuevo abono orgánico, al que ha llamado “proabono”; sus ingredientes son la gallinaza, estiércol bovino, ceniza, cascarón de huevo, melaza y afrecho de zompopo, cal y sal. “Cuando lo descubro, con este me quedo; la sal guarda la humedad de la planta, ayuda mucho en tiempos de sequía” comparte don Julián con las y los periodistas que escuchan y observan con admiración la sabiduría empírica de Julián Pérez.

Este abono es comercializado a un precio de 12 dólares el quintal, a la pregunta del periodista Cristóbal Ayala, don Julián responde que el quintal de abono químico cuesta 22 dólares; el periodista infiere que el precio del abono orgánico es inferior hasta por un 50%, y además, lejos de dañar el suelo y contaminar el cultivo, le genera nutrientes a la tierra y una cosecha sana y abundante.

Así como el caso de Don Julián existen otros en El Salvador. En el Bajo Lempa, en el municipio de Jiquilisco, Fundación REDES acompaña un proceso de agricultura orgánica donde se han establecido Escuelas de Campo que han permitido socializar el conocimiento para la elaboración de abonos y repelentes orgánicos; en este proceso también se ha sembrado maíz con el fin de recolectar la semilla nativa, de manera que las y los campesinos puedan comercializarla, a la vez que cuentan con su banco de semillas para la siembra; vinculándose así una experiencia de soberanía alimentaria con otra de economía solidaria.

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